Pelayo Corella, profesor del GNMI y moderador de la mesa redonda sobre el conflicto en Ucrania celebrada ayer en ESCI-UPF, reflexiona sobre las primeras conclusiones que, una semana después de iniciarse la guerra, ya se empiezan a dibujar.
Una semana después de iniciarse las hostilidades y de pillar a todo el mundo con el pie cambiado (menos a los servicios de inteligencia estadounidenses, que, esta vez sí, tenían información de primera mano), podemos ya sacar las primeras conclusiones de lo que está sucediendo en Ucrania.
La primera, es una evidencia incontestable: Rusia ha violentado el derecho internacional iniciando una escalada bélica del todo injustificable. Nada ni nadie puede avalar la contundente acción llevada a cabo por el ejército ruso y los ataques cada vez más descarnados sobre la población civil.
La segunda, también inesperada: la contundente reacción de buena parte de la comunidad internacional ante la agresividad rusa. Esta vez sí, y no como en 2014 con la península de Crimea, las sanciones pueden hacer mella en el devenir a corto y medio plazo de Rusia. Es evidente también, y eso en Occidente se empieza a ver claro, que esas sanciones tendrán (están teniendo ya) un efecto bumerán que afectarán en el día a día de mucha gente en nuestros lares.
Para empezar, esa inflación que muchos dirigentes aseguraban que sería transitoria no lo va a ser tanto. Y los efectos de segunda ronda (esto es, que ante el aumento persistente de los precios, aumenten los salarios en igual o similar medida y este aumento retroalimente los precios en una espiral endemoniada) pueden acaban afectando a la recuperación económica tras el trastazo que se dieron las economías en todo el mundo fruto de la crisis del coronavirus. A perro flaco, todo son pulgas.
Una tercera conclusión es que los ucranianos han mostrado una encomiable capacidad de resistencia que, podemos afirmar ya, ha desbaratado los planes del Kremlin de una guerra rápida, que es a lo que apuntaba la contundencia inicial. Y en el marco de esa resistencia, en algunos casos numantina, ha emergido la figura y el liderazgo de un presidente, Volodímir Zelenski, que se ha ganado el respeto de sus conciudadanos y el de medio mundo. Un actor que interpretaba a un exitoso político en un serial televisivo ha visto cómo la vida ha superado a la ficción. Algo recurrente en los últimos años, por otra parte. Y no solo en Ucrania.
Otra conclusión es que a Putin se le complica el futuro más inmediato. Lejos queda aquel primer ministro cuasi desconocido que, llegado a la presidencia por el adiós inesperado de Yeltsin, ganó la guerra de Chechenia, sometió a los oligarcas ante el desenfreno y caos de la época anterior y, ayudado por el precio de las materias primas en los mercados internacionales, recuperó una economía que había rozado el desastre a finales de los 90.
La innegable mejora de calidad de vida le dio una inusitada popularidad que se ha desgastado con el paso de los años, a la par, no lo olvidemos, de un creciente y reforzado autoritarismo. Ahora, con una guerra innecesaria y con las repercusiones que ésta tendrá en la economía y la sociedad rusa, su futuro se complica. No corre riesgo su permanencia, pues los mecanismos represivos del Estado ruso son portentosos y, hoy por hoy, no hay una sociedad civil articulada que pueda hacerle frente hasta el punto de descabalgarle del poder.
Ahora bien, su imagen sale tocada, muy tocada. Especialmente, en el extranjero. No hay más que ver qué países lo han apoyado en las votaciones de la Asamblea General de Naciones Unidas. Su soledad, es manifiesta. Aunque, reconozcámoslo, Putin tiene un aura muy especial, pues no deja de ser sorprendente quiénes son sus aliados y aduladores, aunque estos últimos están últimamente muy callados. El putinismo, y lo que representa, sigue contando con el apoyo de una cierta izquierda, que añora los tiempos del poderío soviético, a la par que Putin también atrae a los sectores más duros de la derecha europea. De Maduro, en Venezuela, a Le Pen en Francia, pasando por Salvini, Corea del Norte, Orbán o Nicaragua. Un mix de difícil digestión para el sentido común.
Otra idea innegable es que, sin participar directamente en la guerra, la gran vencedora es, sin duda alguna, la OTAN. De estar desahuciada (Macron dixit), a ser el elemento indispensable que vertebra la seguridad en Europa. La torpeza y la innecesaria bravuconería de Putin ha obligado a mover ficha a países como Finlandia o Suecia. Y nadie duda que lo que hace Putin a Ucrania, difícilmente lo haría a los países bálticos o Polonia, que forman parte de la alianza atlántica.
Hora de hablar de Alemania. Quién la ha visto y quién la ve. Merkel era partidaria de contemporizar con Moscú. Muchos eran los intereses en juego. Como potencia exportadora, Rusia era un gran mercado. Y su portentosa industria, necesitada de una energía que Rusia vendía a espuertas. Esa mutua dependencia, condicionó la política comunitaria. Y más, tras la renuncia de Merkel a la energía atómica (¿tomarían ahora los alemanes esa misma decisión tras el desastre de Fukushima?), que allanó el camino al Nord Stream 2. El giro del nuevo gobierno ha sido copernicano y seguramente su claridad y contundencia no se esperaba en Moscú. Merkel se ha ido y eso se empieza a notar.
Y llegados a este punto, toca hablar de China. Su incomodidad es manifiesta, pues le resulta complicado combinar dos intereses ahora mismo contrapuestos: por un lado, su alianza con Rusia para reequilibrar un mundo demasiado decantado hacia Occidente, y EEUU en particular; por el otro, defender lo que ha sido santo y seña en su política exterior, la no injerencia en los asuntos internos de un país. ¿Cómo ir de la mano con Moscú si es Rusia la que ataca a un país miembro de la comunidad internacional? Si las sanciones aprietan, Pekín será la clave para que Rusia tome aliento y resista más y mejor.
Por último, volvamos al principio de este artículo: ¿qué pasará con Ucrania? ¿para qué esta guerra? No parece que Putin aspire a anexionarse todo el país, pero sí querrá sancionar lo logrado con Crimea (veremos si también en el Donbass). Lo más probable es que quiera negociar una neutralidad futura de Ucrania y asegurar que ni la OTAN ni la UE llegarán a Kiev. Muchos países europeos ya firmarían ese acuerdo, aunque ahora, por pudor y vergüenza, no se atrevan a decirlo.
Y es que, no lo olvidemos, uno de los problemas actuales reside en algo que los occidentales no supieron contestar tras la caída del muro: ¿qué queremos ser de mayor? ¿hasta dónde llegaremos con nuestras sucesivas ampliaciones? Una indefinición que ya causó problemas con Turquía (ahora sí, ahora no) y los ha creado con Ucrania, al dar esperanzas a una parte del país, a la vez que se enervaba a una Rusia que, ya recuperada de su colapso inicial, se preparaba para dar su particular golpe de gracia: la guerra.
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