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Francia y el giro inesperado

Francia Elecciones 2024
La Patrouille de France durante una demostración militar en 2017. / Foto: NARA & DVIDS Public Domain Archive

Pelayo Corella, profesor de Análisis de los Hechos Económicos y Políticos Internacionales (AFEPI) en el GNMI, analiza los resultados de las últimas elecciones francesas en las que el Nuevo Frente Popular y Macron han conseguido lo que parecía imposible: frenar la Agrupación Nacional de Marine Le Pen.

Macron ha salvado el match ball. Lo que parecía inevitable tras las europeas, la victoria de Le Pen en unas legislativas y en el futuro en unas presidenciales, tendrá que esperar. Bien es cierto que ha sido por una movilización extrema de una parte de la sociedad que, a pesar del cansancio y pesimismo por la deriva del país, aún cree en el llamado frente republicano; esto es, es la unión de todos los partidos para que los herederos del Frente Nacional no toquen poder ni en Matignon ni en el Elíseo.

Y ha sido sorprendente, la verdad. La primera vuelta fue un verdadero aldabonazo. La victoria de Agrupación Nacional fue un aviso más de la decadencia del Hexágono y de la inexorable derrota de lo que muchos ven como una clase política incapaz de revertir la senda decadente de un país orgulloso de su pasado, receloso de un presente que no gusta y temeroso de un futuro que les asusta.

Lo cierto es que lo sucedido es fruto de la incapacidad de Macron por modificar esa tendencia, que parece inexorable. Se presentó como un reformista, como un líder que superaba las diferencias entre izquierda y derecha en un país sumamente ideologizado.

Nadie le negará su empeño en ello. Lo que es más discutible es el resultado de su acción política. Ha gobernado como un monarca investido por un pueblo al que muchas veces ha olvidado y relegado. No es un pecado exclusivo de él. La propia concepción de la V República, tan presidencialista ella, conlleva ese riesgo en el que cayeron casi todos sus antecesores.

Y es una pena, pues tenía en sus manos un caudal político de un valor incalculable: fue capaz de dinamitar el sistema de partidos, ya que su irrupción arrinconó a los socialistas y los gaullistas. Así pues, él dominaba el centro, y en los extremos quedaban Marie Le Pen y Mélenchon y su Francia insumisa.

Esa centralidad, con otro talante, hubiera podido dar como resultado un espíritu reformista que el país necesita como agua de mayo. Pero su exceso de ímpetu y su determinación, unido al desdén por la opinión pública, le han costado un desgaste galopante.

Francia necesita una reforma, eso nadie lo duda. Quizá Mélenchon, pero por eso nunca gobernará él, pues vive en su particular ensoñación de aumento del gasto. Y eso en un país con un déficit del 5%, una deuda que supera el 110% y el gasto público desborda año tras año más de la mitad del PIB anual, el margen de aumento es nulo.

Ahora, hay maneras y maneras de reformar. En su primer mandato, Macron tuvo que recular por la presión de los chalecos amarillos. Una vez reelegido, ungido de nuevo por un electorado crecientemente desencantado, abogó por la reforma de pensiones, pero sin mayoría en la Asamblea Nacional retorció la ley para sacar adelante una reforma en un país irreformable.

Y de aquellos polvos, estos lodos. El problema, pues, es que Macron ha dilapidado el centro y los extremos han estado a punto de comerle un espacio que cree suyo. Sea como fuere, el resultado de este domingo es un nuevo aviso. Hoy por hoy, el principal partido está en la ultraderecha (la Francia rural, el norte postindustrial y el arco Mediterráneo). La izquierda más militante ha conseguido frenar ese avance arropándose de una izquierda plural, moderada y revivida (las ciudades y la Francia más meridional). Pero no es suficiente. Necesitan, sí o sí, a Macron (domina la Francia atlántica y una parte de la capital). No ya porque este sea presidente sino porque su partido es, en número de representantes, el segundo en la nueva Asamblea.

Vamos, como la paradoja del mus: Macron hizo un órdago a la grande y no ganó, pero tampoco perdió. ¿Y entonces, qué? Pues que un país tan ideologizado como Francia, va a necesitar enormes dosis de paciencia y esmero en articular una propuesta en la que Mélenchon no será protagonista, como tampoco Bardella, el hombre de Marie Le Pen, sino aquellos que de verdad creen que estamos en una enésima oportunidad para avanzar: desde los verdes, a los socialistas, pasando por liberales macronistas, hasta los republicanos no seducidos por la derecha más dura. Una unión pasajera, de urgencia, quizás articulada por un gobierno tecnocrático, que haga lo imposible para que ni Francia ni Europa queden esclerotizados.

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