Pelayo Corella, profesor de la asignatura Análisis de los hechos económicos y políticos internacionales en el GNMI, escribe sobre el contexto político de Francia y el panorama que se puede abrir a partir de este domingo, cuándo en la segunda vuelta de las elecciones se decidirá el futuro inquilino del palacio del Elíseo.
Cada elección presidencial se solía vivir en Francia como un acontecimiento de primera magnitud, con una sociedad movilizada, muy comprometida, con todos los sectores y actores sociales posicionándose de manera clara. Pero eso era antaño. Ahora, la situación es otra. Prima el hartazgo y, con él, la desmovilización de no pocos que entienden que el sistema electoral, en su segunda vuelta, capa las muchas sensibilidades y matices ideológicos que dicen no sentirse representados en ninguno de los dos candidatos.
El sistema no ha cambiado, pero sí las percepciones de importantes estratos de la sociedad. Y eso se debe, en parte, a la implosión del sistema tradicional de partidos políticos de la V República. Tradicionalmente, dos fueron los ejes vertebradores: a la derecha, los gaullistas; a la izquierda, los socialistas. Y alrededor, otras formaciones que ayudaban a conformar mayorías (centristas, comunistas…).
La irrupción de la ultraderecha fue, primero anecdótica, para, de manera lenta pero segura, ir ganando adeptos. Su creciente apoyo electoral no comportaba mayores cuotas de poder y representatividad (salvo en las elecciones europeas), pues el sistema de doble vuelta suponía que el llamado frente republicano (todos unidos frente a los seguidores de Le Pen) evitaba que esa formación tuviera éxito.
Pero la semilla del cambio ya estaba cultivada. La mera irrupción de su discurso frente a la inmigración, la creciente distancia entre los lemas republicanos y la dura realidad y, sobre todo, las dificultades de reformar un Estado algo anquilosado en el marco de una sociedad conservadora y refractaria a los grandes cambios, provocó un malestar que ha ido a más.
Un primer aviso se produjo en las elecciones de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen descabalgó a los socialistas de la segunda vuelta: como resultado, toda Francia apoyó a Jacques Chirac en (82% frente al 18%). El frente republicano en su máxima expresión.
Después, vendrían alternancias en un sistema renqueante: Jospin (soacialdemócrata que quería ensanchar derechos y consolidar gasto social), Sarkozy (una derecha diferente, con más ganas de transformar, pero capada por la crisis económica de 2008) y Hollande (socialdemócrata condicionado por las restricciones del momento y que no pudo romper el influjo y liderazgo de la Alemenia merkeliana con sus dogmas prusianos de contención de gasto).
La decepción que causó su mandato espoleó a que un joven ministro de su Gobierno, que decía ser ni de derechas ni de izquierdas sino todo lo contrario, se lanzó a la carrera. Y logró la victoria. Clara, sin paliativos (66% frente a 34%): Macron derrotó a la hija de Jean-Marie Le Pen, Marine, que consolidó a su partido de ultraderecha con un voto protesta que, junto al éxito rompedor de Macron, acabó por dinamitar el panorama político.
Así las cosas, teníamos ya un flamante presidente, transformador y reformista, desbordado por los chalecos amarillos y seriamente condicionado por los efectos del coronavirus; a una ultraderecha como alternativa consolidada; a una derecha gaullista (rebautizada como Los Republicanos) en tercera posición y, en cuarto lugar, a una izquierda contestataria (la Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon) que se consolidaba como referente entre la progresía frente a unos socialdemócratas que empezaban a colapsar.
Cinco años después, esa radiografía no ha cambiado en exceso. Es más, podemos decir que se han consolidado los actores. Tras la primera vuelta, Macron y Le Pen se volverán a jugar la presidencia este próximo fin de semana. Frente a ellos, el resto, salvo Mélenchon, que se reivindica como alternativa y a punto ha estado de llegar a la segunda ronda, no está para alegrías: la socialdemocracia arrasada; los verdes, descoloridos; los gaullistas republicanos cuasi desaparecidos y el rompedor y provocador Éric Zemmour muy venido a menos.
¿Quién ganará? Apuesten por Macron. Otra cosa, además de sorpresa, sería una decepción: para Francia y para Europa. Le Pen ha lavado la cara al partido (ya no son Frente, por demasiado agresivo; ahora se llaman Reagrupamiento, que es más popular y tiene un tinte léxico más positivo), y aunque ya no habla de Frexit, sigue repudiando el proyecto europeo y europeísta. En el pasado, ha alabado a Putin, por su autoridad y modelo político y social, también por su valores y determinación, aunque ahora intenta soslayar cualquier referencia a su persona.
Le Pen y sus asesores han sido sumamente inteligentes, pues en esta campaña han puesto el foco en lo social. Llamando así a las puertas de los votantes de la izquierda. Mejorarán el resultado de hace cinco años, cierto, pero no tanto como para voltear un resultado que, de ser otro, causaría un terremoto en París, pero también en Berlín, Bruselas y otras tantas capitales europeas (menos en Moscú, Varsovia y Budapest, que sonreirían ante semejante e inesperado giro de la historia).
El resultado, pues, estará entre el miedo y la ira. Si gana el miedo (a que la ultraderecha conquiste el Elíseo), Macron conservará parte de ese maltrecho frente republicano, revalidará victoria y ganará un segundo mandato que espera que no sea tan convulso como el primero. Por contra, si gana la ira, ira hacia a la figura de un presidente que muchos consideran entre petulante y endiosado, que se dice ni de centro ni de derechas pero que muchos descontentos lo sitúan más cerca de los poderosos que de los desheredados, entonces, y solo entonces, Le Pen tendrá su oportunidad.
Christophe Marquet
Tout a fait d’accord avec toi Pelayo. Bonne analyse de la situation politique de mon tres cher pays.