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Donald Trump, ¿el peor presidente de los Estados Unidos?

Trump
Foto: Pixabay (geralt)

Javier Moreno, alumno del GNMI, escribe sobre la figura de Donald Trump, sus luces y sombras, y valora la gestión del país durante su presidencia justo cuando su mandato termina y empieza la era Biden.

Finaliza el mandato del que ha sido probablemente el presidente más polémico de la historia de los Estados Unidos. Idolatrado por los suyos, odiado por sus rivales, la “Administración Trump” llega a su fin con un país totalmente polarizado. Haciendo balance de estos cuatro años, ¿podemos considerar a Trump como el peor presidente de la historia?

El 20 de enero, Joe Biden será oficialmente proclamado presidente de los Estados Unidos. El veterano político de Delaware recupera la presidencia para el Partido Demócrata tras una legislatura, la de Trump, cargada de polémicas, pero también con éxitos en materia de empleo y de política exterior. Nadie esperaba que este polémico magnate pudiera llegar tan alto. ¿Cómo lo consiguió?

Hay que remontarse a 2016 para marcar el inicio de la fulgurante carrera política de Donald J. Trump. Tras dos legislaturas demócratas con Barack Obama en el poder, el Partido Republicano afrontaba unas elecciones primarias para elegir al candidato o candidata que les permitiera recuperar la presidencia. El legado de Obama era positivo, con una alta popularidad entre los electores, pero con puntos débiles y, por lo tanto, posibilidad de ataque en materia de empleo y de política exterior. Los republicanos veían opciones de victoria y pesos pesados del partido se presentaron a las primarias. Pronto, entre los candidatos empezó a destacar un nombre inesperado, el del magnate Donald J. Trump. Se presentó ante las bases como: un “hombre hecho a sí mismo”, “anti-establishment”, “outsider” y del pueblo, hecho que descolocó al resto de rivales. Los conservadores Cruz y Rubio le atacaron por su pasado vinculado al Partido Demócrata y los centristas Bush y Kasich por sus excentricidades y falta de preparación. Todo fue en vano, Trump sedujo especialmente a obreros y población urbana y se alzó con la victoria en las primarias. Solo quedaba el último paso, enfrentarse a Hillary Clinton, la candidata demócrata.

Trump arrasó a su rival en campaña. Hillary era impopular para gran parte del electorado que la veía fría y elitista. Además, durante su campaña, abandonó al votante tradicional demócrata, los obreros de los estados industriales. El resultado fue desastroso. A pesar de obtener más votos, Trump batió a su rival en el cinturón del acero: Pensilvania, Michigan y Wisconsin decidieron la presidencia. El magnate anti-establishment cumplió su objetivo y se alzó con la presidencia, para asombro y estupefacción de muchos (algunos de su propio partido). Empezaban así los cuatro años de Administración Trump.

Pronto Donald Trump empezó a marcar las líneas de lo que iba a ser su política durante 4 años: proteccionismo, poca intervención en política exterior y una política fiscal liberal. Desde el punto de vista económico, las cosas empezaron a ir bien para Trump. Con una política alejada de la tradicional del Partido Republicano, Trump apostó por el proteccionismo en vez de por el libre comercio. Instauró aranceles a productos extranjeros, especialmente a los productos chinos, pero también a socios habituales como la Unión Europea. Con el gigante asiático inició además una guerra comercial encaminada a impedir la posición de dominio que empezaba a tener el país comunista a nivel económico sobre Estados Unidos. Su política dificultó la entrada de productos extranjeros y creó puestos de trabajo por el aumento de la demanda interna. En Estados Unidos no se habían creado tantos puestos de trabajo desde 1939. Combinó su plan económico con inversiones en infraestructuras para fomentar el empleo de la zona industrial americana y la bajada progresiva de impuestos, especialmente para las empresas. Como resultado creó puestos de trabajo, fomentó el consumo de productos americanos, favoreció que las empresas crearan puestos de trabajo y aumentó el poder adquisitivo de los ciudadanos americanos bajando impuestos. Todo fueron éxitos económicos hasta la llegada de la COVID-19.

En materia exterior también se apuntó grandes logros diplomáticos. Dio un giro total a la política de la anterior administración, muy agresiva e intervencionista y optó por retirarse de la esfera internacional: Estados Unidos dejó de ser “el policía del mundo”. Esto permitió estabilizar zonas conflictivas, pero también provocó el abandono de socios tradicionales de Estados Unidos, como el gobierno pro europeo de Ucrania y el pueblo kurdo, y la aparición de otros actores incluso más agresivos que Estados Unidos, que vieron con su retirada una oportunidad para tener más peso geopolítico, como Turquía y Arabia Saudí. En todo caso, Trump mejoró las relaciones con Corea del Norte (a pesar del cruce de tweets descalificativos previos) y consiguió normalizar las relaciones entre Israel y muchos países musulmanes.

Trump

Imagen del asalto al Capitolio el pasado 6 de enero. / Foto: The Week (Samuel Corum – Getty Images)

Pero el legado de Trump también está marcado por un giro conservador del que no hizo gala durante la campaña. Como presidente americano, abrazó los postulados más radicales de su partido, realizando importantes recortes en materia de derechos sociales e inmigración. Su política presupuestaria dejó además en mínimos las ayudas a los más desfavorecidos, castigando especialmente a minorías raciales propensas a votar al partido demócrata. Tampoco ayudó mucho la sospecha de que estaba favoreciendo sus propios negocios y los de miembros de su familia, hecho que le ha valido que se levanten sobre él sospechas por corrupción. En aspectos sociales ha sido especialmente controvertida su gestión en los casos de brutalidad policial contra la población afroamericana, teniendo una actitud pasiva ante tales hechos (incluso se le ha acusado de complicidad). Su política social encendió la mecha de las protestas y dividió al país, dando alas a grupos de extrema derecha para que impusieran su ley.

En todo caso, lo que parece que ha ocasionado el fin de la era Trump ha sido su gestión de la pandemia de coronavirus. No tomó medidas, desaconsejó el uso de mascarillas y aseguró que beber lejía impedía el contagio mientras empezaban a morir miles de norteamericanos, con un sistema de salud colapsado y afectado por los recortes. La COVID-19 hundió la economía americana y la imagen del mandatario dando alas a un aspirante menos carismático que él, pero con una imagen mucho más “presidenciable”.

El intento de toma del Capitolio y la pérdida del senado han sido el último capítulo de un año donde el legado de Trump ha quedado destruido. Sus logros económicos y en política exterior han quedado sepultados tras sus continuas polémicas, como la de destruir la imagen de Estados Unidos hablando de fraude electoral. Probablemente no ha sido el peor presidente, pero sí ha sido el que más rápidamente ha destruido su legado.

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