Ursula von der Leyen presentó ayer “Nueva Generación UE” en el Parlamento Europeo. Un plan de recuperación económico que es el mayor mecanismo financiero jamás diseñado en el contexto del proyecto de integración europea.
Ursula von der Leyen presentó ayer, ante un Parlamento Europeo con escasos parlamentarios en el hemiciclo como medida de distanciamiento social, un plan de recuperación económica cifrado en €750B que ha sido bautizado como “Nueva Generación UE”. Presentado después que la semana pasada Emmanuel Macron y Angela Merkel anunciaran en rueda de prensa conjunta (y remota) el convencimiento y voluntad de sus respectivos Gobiernos de lanzar un plan de estas características, el plan “Nueva Generación UE” es el mayor mecanismo financiero jamás diseñado en el contexto del proyecto de integración europea.
Son muchos los elementos relevantes de la propuesta, tanto en su contenido como en su forma. En esencia, el plan “Nueva Generación UE” es un instrumento financiero basado en la emisión de deuda por parte de la Comisión y en nombre de la UE, y que acabará siendo garantizada por la propia Comisión a través de la contribución de los Estados miembros al presupuesto comunitario. Además, se contempla la posibilidad que el plan sea complementado con un aumento de los recursos propios de la UE que llegaría como resultado de la introducción de un nuevo impuesto digital destinado a gravar los beneficios de las grandes empresas que operen en el Mercado Único, así como otros mecanismos relacionados con la emisión de gases de efecto invernadero.
Por último, y esto es quizás lo más relevante, en buena medida este dinero no llegará a los Estados miembros en forma de préstamo, sino en forma de ayudas directas, gestionadas por la Comisión Europea a través del presupuesto comunitario y el marco financiero plurianual.
La ambición del plan “Nueva Generación UE” no solo se mide por todas las novedades en los mecanismos propuestos, sino también por el firme rechazo que ha generado entre un grupo de Estados miembros, los autodenominados frugales. Encabezados por Austria y los Países Bajos, y secundados por Dinamarca y Suecia, todo parece apuntar que estos frugales no darán su brazo a torcer fácilmente, ni que cederán mansamente en sus planteamientos originales para hacer frente a la crisis económica derivada de la pandemia por la COVID-19 donde priorizan los préstamos -y no las ayudas directas- y que rechazan de plano toda posible mutualización de la deuda. Llueve sobre mojado, puesto que este mismo grupo de Estados miembros ya se mostró escéptico en la dirección que estaban tomando las negociaciones sobre el nuevo marco financiero multianual 2021-2027 y sobre el porcentaje de PIB que cada Estado miembro debía comprometer al presupuesto comunitario.
Estas circunstancias hacen pensar que la enseña de la UE, esa corona de doce estrellas doradas sobre fondo azul, dice mucho más de lo que aparenta. Igual que sucede con las estrellas en la bandera, en la actual configuración de la UE (y en especial, en el Consejo Europeo) la distancia que existe entre unos Estados Miembros y otros no es siempre la misma. Distancia, por supuesto, que debe medirse no en kilómetros en línea recta entre sus capitales, sino en sus convicciones, expectativas y actitudes respecto al propio proyecto de integración.
El plan “Nueva Generación UE” pone de relieve un cierto enfrentamiento entre el eje franco-alemán y el grupo de los frugales. No obstante no son estos los únicos subconjuntos de Estados miembros reconocibles por estar más cerca entre sí que del resto. En este sentido, cabe recordar la existencia del autodenominado grupo de Visegrado formado por Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia, por ejemplo, y que tanto ha traído de cabeza a las instituciones comunitarias. Además, aunque sin nombres tan literarios que los designen, es un hecho que las diferencias entre los miembros fundadores y los que se fueron incorporando en oleadas sucesivas, la distinción entre viejos y nuevos ejerce cierto peso en las dinámicas internas de las instituciones europeas y sobre todo en el Consejo. Más pragmático es el peso demográfico de cada Estado miembro y también el potencial de sus respectivas economías, pero sin duda permite distinguir entre los Estados grandes y pequeños y también entre ricos y pobres. Y la crisis económica de 2008 trajo consigo la acuñación del acrónimo PIGS, en inglés, para referirse a Portugal, Italia, Grecia y eSpaña.
En los últimos años, el proyecto de integración europea adquirió un marcado tono intergubernamental en el que, por encima de un interés común, emergía una yuxtaposición de intereses nacionales (quizás el Brexit es el ejemplo más evidente). En ese contexto, las relaciones entre esas distintas constelaciones de Estado han sido (y posiblemente sean) clave para entender el rumbo que ha tomado la Unión Europea. Está por ver si el plan “Nueva Generación UE”, caso de concretarse, acaba suponiendo el reposicionamiento de algunas de esas estrellas.
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