Entre los días 23 y 26 de mayo, más de 400M de ciudadanos de la UE están llamados a las urnas para escoger la composición del Parlamento Europeo en su 9ª legislatura. Por su composición y funciones, este sigue siendo una criatura extraña en el paisaje político europeo y en los referentes políticos e institucionales de aquellos a los que está llamado a representar.
La Eurocámara participa de forma directa en la producción legislativa comunitaria. En efecto, una de sus funciones principales es la discusión y aprobación, junto con el Consejo de la UE, de muchos de los actos legislativos que acaban moldeando nuestro día a día como ciudadanos de la UE. El Reglamento 2016/679, sobre la regulación de los datos de carácter personal, quizás es una de las normas aprobadas en esta legislatura que más han atraído la atención de los medios y la opinión pública, y en la que el Parlamento Europeo estuvo implicado más intensamente, tal y como se relata en Im Rausch der Daten, un film más que recomendable estos días.
El Parlamento Europeo es una cámara grande. Sus 751 europarlamentarios, escogidos por sufragio universal y directo, representan una población de unos 514M de personas. Y esto lo sitúa en segunda posición mundial, tanto en número de escaños como en volumen de población representada. En política comparada, solo la República Popular de China tiene una cámara legislativa con mayor número de representantes (la XIII Asamblea Popular Nacional de China reunió 2980 delegados en su último congreso de marzo 2018). Y solo existe un sistema político en el mundo que convoque un mayor número de votantes a las urnas: India, con unos 900M de electores.
Asimismo, y como sucede con el conjunto del proyecto de integración europeo, el Parlamento Europeo queda a medio camino entre la cámara baja de un Estado federal y la asamblea parlamentaria de una organización internacional como lo son la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa o el Plenario del Consejo Nórdico. Desde luego, la UE no es una federación, pero está lejos también de ser meramente una organización internacional y eso se proyecta en la naturaleza y funciones de la cámara y también, cómo no, en su complejo sistema electoral.
Si nos detenemos en el sistema electoral del Parlamento Europeo, descubriremos ciertos detalles que ponen de relieve el sutil equilibrio inestable en el que permanentemente se halla la UE: ponderar el interés del conjunto de la UE con el de sus Estados miembros. Esto es, velar por el todo sin desatender las partes.
En este sentido, parece importante señalar que el sistema electoral del Parlamento Europeo prevé algunos elementos comunes (número de escaños asignados a cada Estado miembro, sufragio universal y directo, representación proporcional, publicación de los resultados en una misma fecha), a la vez que concede un total discrecionalidad a los Estados miembros para acabar de definirlo. Eso le concede una apariencia de patchwork electoral más que de sistema unitario, pero que responde necesariamente a su idiosincrasia. La cultura política es un fenómeno de largo recorrido, que no se modifica de la noche a la mañana, y ello genera necesariamente unos arreglos institucionales concretos. Si la costumbre hace que las elecciones legislativas en los Países Bajos nunca se celebren en fin de semana, ¿por qué deberían los neerlandeses modificar el día de votación para las Elecciones Europeas? Si en Italia la edad mínima requerida para el sufragio pasivo en las elecciones al Parlamento es de 25 años, ¿por qué deberían los italianos cambiar esa edad cuando sus candidatos concurren a las Elecciones Europeas? Y si Polonia decidió establecer circunscripciones regionales para las Elecciones Europeas en lugar de una única circunscripción nacional, ¿por qué los polacos deberían ejercer su derecho a voto de otra manera?
Edificio del Parlamento Europeo en Bruselas. / Foto: Tristan Mimet
Los grupos parlamentarios
Pese a todos estos elementos diferenciadores en la manera en que son elegidos, es imprescindible subrayar que una vez han recogido su acta, el próximo primero de julio, los 751 miembros de la nueva cámara no participarán de la dinámica parlamentaria de acuerdo con su origen nacional, sino que lo harán de acuerdo con sus respectivas adscripciones ideológicas. Los europarlamentarios forman parte de grupos políticos de base ideológica, no nacional. Se requieren por los menos 25 parlamentarios de por lo menos un cuarto de los Estados miembros para formar un grupo parlamentario.
Y ese es un punto importante, y que permite enfatizar el vector de representación política, más que el vector de representación territorial de la Eurocámara (que desde luego se vería reforzado con la posibilidad de creación de verdaderas listas transeuropeas y no simplemente, como sucede en el sistema actual, de circunscripciones de base nacional).
En la octava legislatura, esta que está llegando ahora a su fin y cuya última sesión plenaria tuvo lugar el pasado 18 de abril, el Parlamento Europeo ha contado con ocho grupos políticos, que han cubierto los proyectos más variados de nuestro espectro ideológico. Desde las propuestas defendidas por el grupo Confederal de la Izquierda Europea Unida y la Izquierda nórdica verde (GUE/NGL, por sus siglas en inglés) hasta aquellas sostenidas por el grupo de la Europa de las Naciones y la Libertad (ENF, por sus siglas en inglés), el Parlamento Europeo ha albergado debates de grupos con propuestas ideológicas distintas.
Incluso algunos de los europarlamentarios y delegaciones nacionales se han mostrado abiertamente contrarias al proceso de integración europeo, lo cual no deja de resultar una más que sugerente paradoja. Y esta es sin duda uno de los retos con los que tendrá que lidiar la nueva legislatura. El creciente euroescepticismo, presente en parte de la opinión pública de tantos estados miembros de la UE, no pasará desapercibido en las elecciones europeas de finales de mes. Es muy probable que, en la primera sesión de la nueva legislatura prevista para el primero de julio, el hemiciclo en Estrasburgo cuente con uno o varios grupos políticos cuyo principal objetivo político sea, precisamente, utilizar esos escaños para trabajar por la desintegración del proyecto europeo. Y ello, pese hacer saltar todas las alarmas de los grupos más eurofílicos, tiene sin duda un cierto valor per se que no es otro que el de politizar, más que nunca, el Parlamento Europeo. ¿Para qué si no querríamos los ciudadanos europeos una Parlamento que nos represente?
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